El Documento de Aparecida, orientará la vida y la misión de la Iglesia latinoamericana y caribeña en los próximos años. De esta forma, en el espíritu de Aparecida, que traspasa los límites de un escrito, es preciso auscultar los gemidos del Espíritu, que entrelaza íntimamente contexto y texto, palabras y silencios, a la espera de la gestación de una nueva generación de discípulos y misioneros y de una nueva sociedad en la cual reinen la justicia, la paz y el amor.
Continuidad histórica
Para comprender mejor el mensaje del Documento de Aparecida en relación a la liturgia, las celebraciones y La Cena del Señor, es importante tener presente su modo propio de presentar ese contenido. Quien está acostumbrado con los documentos anteriores de Medellín, Puebla y Santo Domingo a localizar fácilmente lo que se refiere a la liturgia por medio de un título o subtítulo, en un primer momento tendrá dificultades en encontrar ese contenido en el Documento de Aparecida. Simplemente porque este Documento sigue una lógica diferente en la presentación de los temas. El hilo conductor es el tema central de la Conferencia: Discípulos y misioneros al servicio de la vida. A partir de ahí y como consecuencia de él, se despliegan los otros asuntos. La dimensión litúrgica está relacionada con aspectos significativos de la vida del discípulo y misionero. Consecuentemente, es necesario hacer el esfuerzo de una lectura global del Documento para percibir la lógica interna y el desarrollo de
los temas.
Al contemplar la realidad de la Iglesia con sus luces y sombras, el Documento de Aparecida constata un doble aspecto con respecto a la liturgia, las celebraciones y La Cena del Señor. Por un lado, el progreso: La renovación litúrgica acentuó la dimensión celebrativa y festiva de la fe cristiana, centrada en el misterio pascual de Cristo Salvador, en particular en La Cena del Señor. Crecen las manifestaciones de la religiosidad popular, especialmente la piedad eucarística y la devoción mariana. Se han hecho algunos esfuerzos por inculturar la liturgia en los pueblos indígenas y afroamericanos (DA 99 b).
Por otro lado, de manera genérica, el Documento se lamenta por algunas tentativas de regresar a una eclesiología y espiritualidad anteriores al Concilio Vaticano II y por algunas lecturas y aplicaciones reduccionistas de la renovación conciliar (DA 100 b). Situándose en la continuidad histórica de las conferencias anteriores, Aparecida reafirma las propuestas pastorales de Medellín, Puebla y Santo Domingo. Por tanto, asume con renovado ardor el desafío de la construcción de una identidad propia, inculturada en la realidad latinoamericana y caribeña, procurando dar respuestas adecuadas a los problemas concretos del pueblo.
En la huella de la recepción creativa del Concilio Vaticano II, en Medellín la Iglesia de América Latina y el Caribe relee la constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia, y la adapta a nuestra realidad. Al afirmar que “la celebración litúrgica corona y comporta un compromiso con la realidad humana” (Medellín, Liturgia, n. 4), percibe la estrecha relación entre liturgia y liberación y restablece la ligazón entre liturgia y vida, esto es entre celebración y compromiso histórico. Estos aspectos son retomados en Aparecida, que insiste de manera particular en la relación entre el ser discípulo y el ser misionero (DA 250).
Mediante su comprensión de la Iglesia a partir de la comunión y la participación, Puebla reafirma el carácter comunitario de la liturgia, en la cual todos participan activamente. Se percata de la necesidad de integrar liturgia y religiosidad popular y lanza el desafío de la inculturación de la liturgia en la realidad cultural latinoamericana y caribeña. Aparecida ratifica la importancia de la dimensión comunitaria en la vida del discipulado misionero y de la inculturación de la fe, por medio de la cual la Iglesia se enriquece con nuevas expresiones y valores, expresando y celebrando cada vez mejor el misterio de Cristo (DA 479).
En Santo Domingo, la Iglesia manifiesta mayor conciencia de la relevancia de las culturas amerindias, afros y desde la religiosidad popular como espacio de evangelización con la consecuente opción por la inculturación. Reconoce la pluralidad de las expresiones de fe inculturadas en la realidad urbana y en las culturas afro-amerindias, y asume de modo positivo la religión del pueblo. Destaca el papel evangelizador de la celebración litúrgica y confirma el valor cultural de la religiosidad popular. Reconoce que aún queda mucho por hacer para asimilar la renovación litúrgica propuesta por el Concilio Vaticano II, así como para ayudar a los fieles a entender y vivir la centralidad del misterio de Cristo, fuente y punto culminante de la vida y de la misión de la Iglesia.
En sintonía con las conferencias anteriores, Aparecida reafirma la centralidad del misterio de Cristo en la vida de la Iglesia, comunidad de los discípulos misioneros. La Cena del Señor es la celebración de la Pascua de Jesús, es Dios mismo actuando, revelando su plan de amor y renovando su alianza con la humanidad. Es el memorial de la Pascua de Jesús, pasaje de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida.
De forma particular, Aparecida relaciona la liturgia al tema central del discipulado misionero y resalta el papel fundamental e imprescindible de la vida litúrgica y eucarística en la formación y misión de los discípulos y misioneros. Estos aspectos, de alguna manera, estuvieron presentes desde la primera redacción del Documento y sólo fueron siendo mejor explicitados a lo largo de las distintas redacciones.
La Cena del Señor e identidad del discípulo y misionero
Entre los lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo, el Documento de Aparecida resalta: la Sagrada Escritura y La Cena del Señor, además de la oración personal y comunitaria, de la comunidad de fe y del amor fraterno, del prójimo, en particular de los más pobres y necesitados. La Palabra, don del Padre, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad”, es fuente de vida para la Iglesia y de su acción evangelizadora (DA 247- 248). La Cena del Señor es, por excelencia, expresión de la vida de los discípulos misioneros de Jesús. De ella ellos se alimentan y en ella se fortalecen para el anuncio del Reino a los hermanos y hermanas. En la liturgia, los discípulos de Cristo penetran más profundamente en los misterios del Reino, en ella viven y expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y misioneros (DA 250).
En la escuela del Maestro, el discípulo y misionero aprende siempre de nuevo la oración personal y comunitaria, cultiva una relación de amistad con Jesús y procura asumir la voluntad del Padre (DA 255). Jesús prometió: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Él sigue vivo y presente en la vida de sus seguidores y seguidoras, en especial en los pobres y excluidos (DA 256-57). En estrecha relación con el tema de la Conferencia y con la consecuente preocupación de hacer de la Iglesia una comunidad misionera, el Documento da énfasis a la formación de los discípulos y misioneros. Formación que debe abarcar las dimensiones humana, espiritual, intelectual, comunitaria y pastoral misionera, integradas armónicamente en todo el proceso formativo.
En el proceso de renovación de la Iglesia a partir de Aparecida, la formación litúrgica en todos los niveles y alcances (comprensiones, inclusiones) y la inculturación de la liturgia siguen siendo el gran reto a ser enfrentado con seriedad.
Lugar y función de la liturgia en el camino de seguimiento de Jesús
En el itinerario formativo del discípulo y misionero, a la liturgia, celebración de la Pascua de Jesucristo, le incumbe un papel fundamental: es lugar de comunión de vida del discípulo con el Maestro y fuente inagotable del impulso misionero. En La Cena del Señor el discípulo entra en el doble movimiento que caracterizó la vida de Jesús: volcado hacia el Padre y al servicio de los hermanos y las hermanas “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). En medio de las inseguridades y dificultades propias del camino de seguimiento de Jesús, el discípulo misionero necesita del alimento que lo sustente y le dé fuerzas. Aparecida insiste en el hecho de que ese alimento es el pan de la Palabra y el pan de La Cena del Señor (DA 26, 106, 199, 255).
El Documento resalta que existe un estrecho vínculo entre creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de modo tal que la existencia cristiana adquiere una forma eucarística. La vida cristiana se abre a una dimensión misionera a partir del encuentro eucarístico. Es en la escuela eucarística que el Espíritu fortalece la identidad del discípulo y lo despierta para anunciar a los otros lo que escuchó y vivió (DA 251).
Cena del Señor: fuente de nuevas relaciones evangélicas
El Documento de Aparecida enfatiza la dimensión comunitaria del ser discípulo y misionero. La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en la Iglesia, Pueblo de Dios. Así, la pertenencia a una comunidad concreta, lugar donde podemos vivir la experiencia permanente de discipulado y de comunión, es elemento constitutivo del ser cristiano (DA 156). Los discípulos misioneros son llamados a vivir en comunión: con el Padre tierno y misericordioso, con su Hijo muerto y resucitado y con el Espíritu Santo de amor. La comunión trinitaria fundamenta y hace visible la comunión de los fieles y de la Iglesia particular que constituye el Pueblo de Dios, peregrino en la historia.
En ese peregrinar rumbo a la plenitud en la Patria Trinitaria, la comunión crece y se nutre en las dos mesas: del pan de la Palabra y del pan del cuerpo de Cristo. La Cena del Señor, fuente y cumbre de la vida cristiana, “alimento de la vida en comunión”. De La Cena del Señor nacen y se nutren las nuevas relaciones evangélicas. La Iglesia es “casa y escuela de comunión”, donde los discípulos misioneros comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la misión evangelizadora (DA 158).
Aparecida retoma y ratifica el vínculo entre liturgia y vida, celebración y compromiso. Participar de La Cena del Señor, signo de unidad, que prolonga y hace presente el misterio del Hijo de Dios que se hizo pobre, trae consigo la exigencia de una evangelización integral. El proyecto de Jesús, quien vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia, choca con la realidad de las varias dimensiones de la pobreza en nuestro continente. La misión, inspirada en la práctica de Jesús, unifica la preocupación de la dimensión trascendente del ser humano con sus necesidades concretas para que todos alcancen la vida en plenitud (DA 176).
Pastoral del Domingo
En el Antiguo Testamento el sábado era el día sagrado, en el cual el pueblo de Israel conmemoraba al Creador de la vida con el reposo restaurador de las fuerzas de la creación. En el Nuevo Testamento es el domingo, el primer día de la nueva creación, inaugurada por la victoria de Cristo sobre la muerte, celebrada en el misterio pascual y, de forma plena, en La Cena del Señor.
La celebración del domingo, haciendo memoria de la resurrección de Jesús, marcó la vida de las primeras comunidades cristianas. De la misma manera, hoy, es necesario promover la “Pastoral del Domingo” (DA 252). El objetivo es redescubrir la importancia del primer día de la semana, día del Señor, en que la familia de Dios se reúne para escuchar la Palabra y repartir el pan consagrado, recordando la resurrección del Señor en la esperanza del amanecer del nuevo día, cuando la humanidad entera reposará delante del Padre.
Al referirse a la Pastoral Urbana, el Documento propone la integración de los elementos propios de la vida cristiana: la Palabra, la liturgia, la comunión fraterna y el servicio, principalmente a los pobres. Dadas las profundas transformaciones sociales, sobre todo en las grandes ciudades, la celebración del domingo a la luz de la fe cristiana constituye un gran desafío. Es necesario buscar caminos nuevos y alternativos.
Finalizando, conviene recordar que el papa Benedicto XVI, en la carta de aprobación del Documento de Aparecida dirigida a los obispos de América Latina y el Caribe, afirma
…haber leído con particular aprecio las palabras
que exhortan a dar prioridad a la Eucaristía y a la
santificación del Día del Señor en los programas
pastorales (cf. DA 251-252), así como los que
expresan el deseo de reforzar la formación de los
fieles en general, en particular, de los agentes de
pastoral.
Reflexionando sobre algunas realidades que juzgo significativas en relación a la liturgia, las celebraciones y La Cena del Señor , en el espíritu de Aparecida y a la luz del contexto y del texto. En una lectura interactiva el lector podrá complementar esos aspectos y plantear otros. Queda, no obstante, la certeza de que todavía nos resta recorrer un largo camino para hacer de nuestras liturgias verdaderas escuelas de discipulado misionero al servicio de la vida en nuestro continente. En ese sentido, el Documento de Aparecida no es punto de llegada sino punto de partida que nos impulsa a proseguir en el camino para hacer de La Cena del Señor el “centro vital del universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad” (DA 354).
Autora:Vera Ivanise Bombonatto*
* Pertenece a la Congregación de las Hermanas Paulinas y es Doctora en Teología Dogmática, profesora de cristología, responsable por el área de teología y miembro del Consejo Editorial de Paulinas. Participa en el equipo de reflexión teológica de la Conferencia de Religiosos del Brasil y de la CLAR. Es miembro de la Sociedad de Teología y Ciencias de la Religión y autora del libro Seguimiento de Jesús. Un segundo abordaje a la cristología de Jon Sobrino publicado por Paulinas Editorial.
domingo, 6 de julio de 2008
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